7° domingo, Tiempo ordinario, ciclo A
El libro del Levítico tiene una parte llamada ley de santidad, concretamente el capítulo 19, de donde se extrae este domingo, la primera lectura. En ella se pone de manifiesto la llamada a la santidad que Dios nos hace.
La Santidad, es uno de los atributos esenciales del Dios de Israel. Dios es el Otro que trasciende al hombre y a todo el mundo creado. Esto quiere decir, por una parte, que Dios, carece de nuestras miserias humanas y por otra, que es compasivo, fiel y misericordioso. Esto se traduce por nuestra parte, en una vida de santidad, en la que el amor al prójimo brilla y adquiere una gran relevancia: «amarás a tu prójimo como a ti mismo. Yo soy el Señor». Posteriormente Jesús dirá en el Evangelio que el amor a Dios y el amor al prójimo son como las dos caras de una misma moneda.
La segunda lectura tomada de 1Cor 3 ,16-23, nos habla de las dificultades de la comunidad de Corinto para vivir en la santidad pues se daban entre ellos divisiones producidas por los líderes que allí habían aparecido: Apolo, Pedro y Pablo. Estas divisiones, fruto del orgullo, obstaculizan la obra del Espíritu y minan el edificio de Dios que es la comunidad. En medio de esta situación, Pablo proclama que hay un solo Señor, Cristo Jesús, que ha dado la vida por todos y a todos nos ha hecho partícipes de los bienes que Dios ha ofrecido al mundo. Frente a la sabiduría autosuficiente del hombre viejo, Pablo recuerda que solo quien acoge con humildad la locura de la Cruz, podrá ser realmente sabio. Esta es la sabiduría de los pequeños a quienes Dios revela su misterio. Así pues, no hay más soberanía que la de Cristo, de la que todos participan en la celebración de pan único y partido.
En el Evangelio, de Mt 5, 38-48, seguimos leyendo el Sermón de la montaña. Existía la ley del Talión, en ella se procedía según el principio: ojo por ojo y diente por diente. Jesús, no solo invalida esta ley, sino que nos lleva al corazón mismo de su Evangelio, a su propio corazón y nos dirá que no solo no debemos devolver una humillante bofetada recibida, normalmente dada con la mano del revés, sino que hemos de estar dispuestos a poner la otra mejilla. Y esta ha de ser la manera de actuar en cualquier situación de conflicto. Es más, amar a los enemigos es la suprema novedad del Evangelio. En tiempo de Jesús, los enemigos eran los invasores romanos hacia los que el pueblo de Israel sentía un profundo desprecio y un odio visceral. Solo desde las entrañas de un Dios Santo y misericordioso podemos acoger esta palabra de Jesús en la oración, que nos lleva a lo más profundo del misterio del amor de Dios, que él nos ha manifestado, y que le llevó a entregarse por todos nosotros cuando éramos pecadores, enemigos suyos.
Cristo es pues el icono visible del Dios invisible y de su amor por nosotros y cuando Jesús proclama estas palabras lo hace como último enviado del Padre y como intérprete autorizado de su voluntad. Por él sabemos que Dios no manda nada imposible y que el amor a todos incluso a los enemigos pertenece a su plan creador y redentor. Para él todos somos iguales y todos dignos de su eterno amor.
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Padre José es sacerdote de la Orden de Predicadores y miembro activo de nuestra Fraternidad monástica virtual
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!De qué difícil cumplimiento parece el mandato de amar a los enemigos o de poner la otra mejilla! Cuando queremos seguir a Cristo con seriedad y compromiso surgen las dudas, interpretaciones y matices intentando tergiversar lo que dice el evangelio. Tan difícil nos resulta como debe haber sido para los apóstoles comprender porque Jesús se dejaba crucificar pudiendo evitarlo. Este tema merece ser tratado mucho, Cómo vivir eso hoy?
Gracias Padre José.
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Hola. Como seres humanos no podemos en principio hacer ese salto de amar a los que nos dañan, ofenden o hieren. Pero podemos utilizar cada experiencia de sufrimiento o desconsuelo para perdonar más que caer en el victimismo o el ataque. Pero después a mi entender falta otro paso : amar.
Y si bien el primero podemos intentar trabajarlo el segundo de amar es Dios o el Espiritu Santo o Jesús o también La Virgen María que tienen el pleno poder y facultad de abrirnos el corazón, limpiarlo, vaciarlo y volver a llenarlo de Su Amor y Espíritu, incomprensible para la razón. Es como vaciar un cuenco para poder ser llenado y así rebosar.
En mi caso no hace muchos días tuve dos vivencias al respecto al poner en oración a dos personas que me habían hecho padecer. Y al ofrecerlas desde mi corazón fue la Virgen quien disolvió esa frialdad que aún quedaba en mi para dar paso al amor.
Es difícil explicarlo pero ocurrió.
Gracias por compartir Ramiro
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