EN MÁXIMO EL CONFESOR
Hermanas/os: A raíz de la pronta publicación de la 25° clase del curso de Filocalía os dejo aquí un texto sobre Máximo, El Confesor, que va hasta la página 23 del PDF. El texto de más de 400 páginas contiene varios otros temas de interés que serán útiles para quién guste profundizar en cuestiones de la vida y la historia cristiana.
RESUMEN:
La novedosa doctrina de la voluntad humana en Máximo el Confesor, que influirá decisivamente en pensadores como Juan de Damasco, la consolidó aquél a través de su interpretación de las dos voluntades en Cristo en el ámbito de la controversia monotelita, de modo que su objetivo primordial fue demostrar que, aun cuando en el Hijo de Dios hubo contrapuestas voluntades, ello no representó una dualidad de personas o naturalezas. En el artículo se da cuenta de cómo esta finalidad le impuso utilizar una nueva terminología para afrontar los retos surgidos de su innovadora consideración del albedrío.
La práctica totalidad de los teólogos griegos cristianos, desde el s. II hasta el XIV, fueron muy precisos en el cometido de relatar de una manera unívoca la dramática historia del alejamiento del hombre con respecto al Creador: la de Adán, nacido en la beatitud, abocado a la muerte por el pecado, revivido por la gracia y devuelto, por el Santo Espíritu, al seno del Cristo-Lógos, a la luz primera. Hecho a imagen de Dios, similar a él y no sólo asemejándole, Adán habría debido ser partícipe de la gloria: dicho de otro modo, sobrenatural habría sido la verdadera naturaleza del hombre en el Edén.
Creado inmortal y en un estado de perfección dinámica como el del mismo Dios, era un microcosmos único en sí mismo, que pertenecía además al mundo inteligible, casi como un órgano del creador. La misión de Adán, su objetivo, era, según Ireneo advertía, “la absorción de la carne por el espíritu”. Lo sensible en él estaba destinado, por el prestigio de su nacimiento, a mudar en inteligible, a retornar a la idea de lógos. En este tenor, Máximo relata cómo se produjo la transgresión de Adán, que no prestó atención a Dios y desdeñó su luz y, a la manera de un hombre ciego, acabó hundiendo sus manos en la oscuridad de la ignorancia. La totalidad de su ser se tornó hacia lo que los sentidos le ofrecían, abocándose a lo que el Confesor llamará una “muerte vivida”.
Si en lugar de comer del árbol prohibido hubiera confiado en Dios alimentándose del árbol de la vida, no habría perdido el primer hombre su inmortalidad, ni se hubiese revestido de una forma irracional, alejándose, como en efecto hizo, de la belleza inconcebible de lo divino.
Sigue leyendo el texto completo aquí.
Miquel BELTRÁN
Departamento de Filosofía
Universidad de las Islas Baleares
Ctra. de Valldemossa km. 7.5
07071 PALMA DE MALLORCA (España)
m.beltran@uib.es
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Paz y bien hn@s: Gracias por compartir, todo este tratado, que hay que desmenuzar poco a poco. Bendiciones
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