Reflexión en Viernes Santo

Sí. Es la hora de la más densa oscuridad. En pleno mediodía nada puede verse. Es el eclipse total de la razón.
Son los esquemas humanos, nuestras ideas sobre Dios engullidas por la oscuridad. La razón tropieza y se despeña y desaparece en el vacío del escándalo de la cruz.
Y en el instante de más impenetrable oscuridad brota la chispa inesperada. Cuando el alarido atroz del condenado se apaga en un silencio de muerte, he aquí que es nuevamente desgarrado por una voz: «Verdaderamente este hombre era Hijo de Dios». Por fin alguien ha arrancado de las tinieblas la silueta auténtica de Cristo. El «reconocimiento» sucede en la oscuridad. La luz depende de nosotros. Debe estar en nuestra mirada.
No es que el centurión romano -de cuya boca salió esa confesión de fe que marca el momento cumbre del evangelio de Marcos- poseyera una mirada más penetrante que los demás. El Espíritu le había encendido algo dentro. Algo que le permitió ver claro, identificar al ajusticiado. La fe que nos posibilita la reconstrucción de la silueta del hombre, colgado en la cruz, que nos permite superar el escándalo de la cruz, más aún, que precisamente mediante el escándalo, el tropiezo, el extravío, nos hace permanecer en pie, gritando nuestro descubrimiento, es un don y sólo un don (como el relámpago genial del artista). De todos modos, ahora y sólo ahora es posible decir quién es Jesús.
Extraído de mercaba.org de ALESSANDRO PRONZATO
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